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El tsunami que provocó el accidente de la central nuclear de Fukushima Daiichi el 11 de marzo de 2011 sigue causando estragos en el sistema energético de Japón.
De los 54 reactores del país, solamente dos siguen operativos, y dejarán de estarlo a finales del próximo mes, acabando así con la fuente que proporcionaba un tercio de la electricidad de la tercera economía del mundo antes del terremoto de Tohoku.
Las autoridades locales, por su parte, están tratando de frenar la expansión nuclear al no autorizar el reinicio de los reactores tras los cierres rutinarios de mantenimiento, por lo que el país se enfrentan a una grave escasez de electricidad que se acentuará con la llegada del verano.
Debido a que Japón no cuenta con fuentes de combustibles fósiles que tomen el relevo a la energía nuclear, el país depende cada vez más de las importaciones de petróleo y gas natural licuado: cerca del 70 por ciento de las importaciones de petróleo del pasado año atravesaron el Estrecho de Ormuz en buques cisterna. Sin embargo, si continúa el conflicto entre Occidente e Irán con motivo del programa nuclear de este último y se interrumpen las exportaciones procedentes de Oriente Medio, Japón sufrirá otro revés que tendría graves consecuencias para su economía.
En este momento, se espera que las medidas de ahorro energético, que permitieron al país superar el déficit de energía del año pasado, ayuden a los japoneses a enfrentarse con éxito a estas nuevas dificultades. Sin embargo, la mayor incógnita es cómo podrá Japón reconstruir la confianza en las instituciones públicas y privadas mientras sienta las bases para impulsar su futuro.
«Lo significativo ahora es la falta de confianza, no solamente hacia la energía nuclear, sino también hacia el propio gobierno», afirma Sheila Smith, especialista de estudios japoneses del Consejo de Relaciones Exteriores de Washington D.C. (Estados Unidos). «El pueblo japonés está devastado por la magnitud del desastre y la gestión de las plantas nucleares por parte de los gobiernos. Hay mucho mea culpa y la sensación de que se debería haber sido más exigente y pedir una mayor responsabilidad».
Después de la catástrofe
Antes del terremoto, la energía nuclear de Japón solamente encontraba rival en Estados Unidos y Francia. El país albergaba la mayor planta del mundo, Kashiwazaki-Kariwa, en la Prefectura de Niigata, y aunque ésta sufrió importantes daños debido a un terremoto de magnitud 6,8 en 2007, el riesgo de movimientos sísmicos no ha supuesto un freno a la ambición de aumentar el uso de la energía nuclear. Para disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero, Japón se comprometió a aumentar las cuotas de energía nuclear en su suministro de electricidad, del 30 al 40 por ciento para 2017, y hasta el 50 por ciento para 2030 (en Estados Unidos, por ejemplo, es del 20 por ciento).
Los planes se vinieron abajo a las 2:46 p.m. hora local el pasado 11 de marzo, con la llegada de un terremoto de magnitud 9.0 a 130 kilómetros al este de Sendai, en el Océano Pacífico. El inmenso temblor, el más fuerte que ha tenido lugar en Japón, provocó el corte automático de 11 plantas nucleares de la costa noreste. Los sistemas de protección se activaron correctamente, pero el combustible nuclear requiere un enfriamiento incluso cuando las instalaciones atómicas han dejado de funcionar. Los motores diésel de emergencia para la generación de electricidad se encendieron correctamente para activar los sistemas de enfriamiento, pero se detuvieron con la llegada del tsunami, unos 40 minutos después del terremoto.
Se calcula que el agua alcanzó los 14 metros de altura, causando daños en los protectores contra inundaciones. En medio del caos y la pérdida de decenas de miles de vida, Fukushima Daiichi se convirtió en el epicentro de un segundo desastre. Los empleados de la planta trabajaron en la casi total oscuridad para frenar la catástrofe, pero sus esfuerzos no consiguieron evitar los daños en el combustible, la acumulación de gas hidrógeno o las explosiones que crearon agujeros en el hormigón de las paredes el primer día del accidente.
Se necesitaron semanas para estabilizar la planta, aunque quedan muchos años de trabajo por delante. Más de 70.000 personas que vivían en un radio de 20 kilómetros fueron evacuadas y siguen lejos de sus hogares mientras Japón lucha contra la lluvia radioactiva consecuencia del peor accidente nuclear desde la explosión de Chernóbil en 1986.
El Primer Ministro Yoshihiko Noda afirmó que el gobierno empleará 13.000 millones de yenes para descontaminar la planta, que continúa cerrada. Sin embargo, la pérdida de confianza hacia la energía nuclear se ha extendido mucho más allá de Fukushima. El predecesor de Noda, Naoto Kan, afirmó que Japón debía encaminarse hacia un futuro sin energía nuclear antes de dimitir el pasado mes de agosto debido a la pérdida de popularidad de su gobierno.
Noda, sin embargo, ha prometido que su gobierno impulsará la seguridad de las plantas del país, mientras se lanza a la búsqueda de energías alternativas.
Sin embargo, solamente había 19 plantas nucleares en funcionamiento cuando Noda asumió el cargo en septiembre, y se han cerrado 17 desde entonces. Únicamente siguen operativas una unidad de Kashiwazaki-Kariwa y un reactor al norte del Mar de Japón, en Tomari, en la isla de Hokkaido. Tras su cierre para las inspecciones de seguridad que tendrán lugar en primavera, las autoridades japonesas esperan que no vuelva a entrar en servicio, puesto que las autoridades locales no están dispuestas a autorizarlo.
Sin ninguna planta nuclear activa, es posible que Japón se enfrente a un verano en el que la demanda de electricidad podría superar a la oferta en un 15 por ciento. El pasado verano, Japón ya luchó contra la falta de electricidad gracias a un plan nacional para reducir la demanda. Se intensificó una campaña promovida desde 2005 para no utilizar el aire acondicionado en las oficinas, con intención de que la temperatura se fijara en 28°C, cuando en verano en Tokio las temperaturas pueden superar los 30°C. Las empresas cambiaron sus horarios para trabajar más temprano o durante los fines de semana y tomaron otras medidas como desactivar los ascensores o reducir el uso de fotocopiadoras e impresoras. Smith recuerda haber estado en edificios en los que apagaron las luces de neón o los tubos fluorescentes o donde los empleados utilizaban linternas para orientarse en los pasillos.
«Fue un esfuerzo generalizado», afirma. «Los ciudadanos han comprendido que el ahorro es parte de la solución, pero no estoy segura de que estos recortes radicales sean sostenibles a largo plazo».
Tanto el gobierno de Japón como las empresas privadas de electricidad están trabajando para impulsar la protección y seguridad de las plantas nucleares, en un intento por ganarse de nuevo la confianza del pueblo, y preparar el terreno para volver a abrir las instalaciones. De alguna manera, los pasos que se están dando en Japón son similares a las medidas que están en marcha en otras plantas nucleares del mundo, que se centran en impulsar sistemas para enfrentarse a una interrupción prolongada de la electricidad de todas las unidades de una planta. «Probablemente se trate del mayor cambio en la industria: incluir la posibilidad de que se vean afectadas más unidades», comenta Neil Wilmshurst, vicepresidente del sector nuclear del Electric Power Research Institute (EPRI).
En Japón, sin embargo, algunas de las medidas de seguridad son extraordinarias.
Por ejemplo, en la planta de Hamaoka, situada en Omaezaki, a unos 200 kilómetros al suroeste de Tokio en la costa del Pacífico, Chuba Electric Company está construyendo un muro de contención contra inundaciones de 1,3 mil millones de dólares, 1,6 kilómetros y 18 metros de alto.
De acuerdo con Chuba, el muro, cuya finalización se espera para finales de año, no solamente superaría la altura de la ola que provocó el desastre en Fukushima, sino que sería 10 metros más alto que la mayor ola que podría producirse en Hamaoka en el caso de que se produjeran tres terremotos simultáneos. La planta de Hamaoka preocupa especialmente a los japoneses debido a se encuentra en la zona de mayor riesgo de seísmos.
Impacto económico
Sin embargo, frente a la preocupación por la seguridad de las plantas nucleares nos encontramos con el incentivo económico que supone volver a abrirlas. Los ingresos fiscales provenientes de las plantas refuerzan los gobiernos locales y la operación y mantenimiento de las instalaciones proporcionan puestos de trabajo. «Las plantas nucleares crean empleo», afirma Jane Nakano, del programa de energía y seguridad nacional delCentro de Estudios Estratégicos e Internacionales. «No podemos pasar por alto las comunidades que sí quieren volver a abrir las plantas. E incluso las que están en contra necesitan puestos de trabajo».
Por otra parte, la falta de electricidad aumenta el riesgo de que la mano de obra se vaya a China, una tendencia que ya existía antes del terremoto. Según Nakano, «sería interesante echar la vista atrás unos 10 ó 15 años y ver qué se decía sobre Fukushima y su impacto en el esfuerzo de Japón por seguir siendo un país competitivo».
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Reactor de Fukushima |
El coste de las importaciones repercutirá en toda la economía. Japón paga actualmente alrededor de 18 dólares por millón de BTU de gas natural licuado importado, cuatro veces lo que pagan los consumidores estadounidenses por gas natural de producción nacional. El pasado mes de diciembre, Takuya Hattori, presidente del Foro Atómico Industrial de Japón, afirmó que el coste de adquirir 20 millones de toneladas más de gas natural licuado para compensar las pérdidas como consecuencia de los cierres de las plantas nucleares será de 44 mil millones de dólares.
Por otra parte, el gobierno se ha comprometido a impulsar las energías renovables en el país, a pesar de que Japón no cuenta con grandes extensiones para construir instalaciones de energía solar y eólicas. Pero se están dando pasos en ese sentido en investigación e infraestructuras.
Sin embargo, las energías renovables no pueden sustituir la energía nuclear con la rapidez que podría desearse. En el corto plazo, la intención de Japón es disminuir la demanda y aumentar las importaciones, mientras trata de tranquilizar a la población sobre la seguridad de las plantas. «El pueblo japonés ha unido sus fuerzas para reducir la demanda de energía», afirma Wilmshurst. «Se va a necesitar mucho tiempo para determinar el futuro de la industria eléctrica en Japón».
Fuente:![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh7oXBPJLHh3loxhr6FxH0igGDpTGIorcajArd_t0-7OZbu0kYDU5xYXwcL8tcoyaJUhldQHEOJdsmVbEo62exLiS63_K3UVJXqa7vG3GC62GCtgm_ZFy79HcTjpvNqBEZs1AGEYFMhJO2h/s1600/Fuente+National+Geographic.png)
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